Sandro vive en la calle. Viste un abrigo largo, dos pares de pantalones y unas botas negras. Tiene el pelo largo, una barba espesa y las manos llenas de arrugas. Su forma de caminar, con cierta cojera en la pierna izquierda, es consecuencia de diversas caídas. Suele recorrer las calles en busca de algo de comer, y por la noche duerme en el soportal de algún edificio. Siempre lleva un carro, el carro de algún supermercado. Y en vez de llevar dentro sus objetos personales lo utiliza para transportar a sus once gatos.
miércoles, 28 de diciembre de 2005
jueves, 15 de diciembre de 2005
Un hombre pasea por el puerto con los cordones de los zapatos desatados. Fuma en su pipa preferida al tiempo que observa como las olas rompen contra las rocas. De repente, descubre un gran pez rojo y verde que ha sido arrojado al suelo. El pez trata de respirar, y cuando mira al hombre se echa a llorar. Este, dándose cuenta de que ya es demasiado tarde para devolverlo al agua le propone un trato, intercambiar sus vidas. Y de esta forma, el hombre, tras desnudarse, se arroja al mar. Y el pez, que poco a poco se pone en pie, se viste con las ropas del hombre y agradecido continua su camino.
El tiempo pasa, y para ambos su nueva vida se convierte en algo que odian. El hombre no soporta la monotonía del fondo del mar y, por otra parte, el pez cada vez se siente peor por el ruido, el humo y el caos de la ciudad. Un día, sin saberlo, tras un mes en su nueva vida, ambos deciden suicidarse. El hombre, una mañana, salta del agua para arrojarse a tierra, y el pez, paseando por el puerto, se arroja al mar.
domingo, 20 de noviembre de 2005
Cerca de casa, en una pequeña tienda, vendían botones. Estaban todos metidos en una caja separados en bolsas, así que compré la que mayor variedad de colores y formas tenía. Había decidido coserlos a mi ropa de forma desordenada, pero uno por cada vez que me pasase algo importante. El primero y último de ellos lo cosí al bolsillo de mi pantalón tres semanas después. La noche anterior, en algún lugar de la ciudad, había visto morir a un payaso.
domingo, 6 de noviembre de 2005
En casa, en el salón, teníamos un reloj de cuco. Lo recuerdo presente durante todos los años que vivimos allí, todos ellos indicando el paso del tiempo hora tras hora. Estuvo presente en cada reunión familiar, en cada fiesta, en las comidas y en las cenas. Y durante todo ese tiempo no hubo un solo día en el que no se le diese cuerda, ni hubo una sola hora de la que no nos avisase. Al cabo de unos años, se encontraba mi abuelo sentado en uno de los sillones del salón leyendo un periódico. Estaba muy enfermo, y como consecuencia de ello su corazón poco a poco dejó de funcionar. Se quedó allí, sentado, con el periódico apoyado sobre sus piernas y los ojos aún abiertos. Entonces, como cualquier otro día, para anunciar las cinco de la tarde, se abrió aquella puertecita de madera y asomó un viejo cuco que canto cinco veces para de nuevo, otra vez, esconderse hasta que pasase otra hora.
miércoles, 26 de octubre de 2005
Preparé una pequeña mochila con todo lo necesario, até el saco de dormir y salí de casa. Llegué a la entrada del bosque y me senté a esperar a que empezase a oscurecer. Entonces apareció, como cada noche, separada del resto lucía tan intensa como siempre. Me había propuesto seguirla, ir en su busca. En algún momento se tendría que poder ver de cerca, aunque fuera desde las montañas que distinguía en el horizonte. Y eché a andar, sin mapa, sin brújula, únicamente sabiendo que aquella estrella era mi objetivo. Y por el día descansaba, ya que el cielo azul no me permitía distinguirla.
domingo, 23 de octubre de 2005
Tenía una mochila azul. La llevaba siempre conmigo. Incluso los días que la dejaba en casa a propósito tenía continuamente la sensación de que me faltaba algo. Al principio la llevaba por si la necesitaba para guardar algo, pero con el tiempo la llevé para tener siempre conmigo todas las cosas que me eran imprescindibles.
domingo, 16 de octubre de 2005
Como todos los inviernos, por la noche, nos quedábamos en el desván mirando a través de la ventana. Allí tumbados me explicaste como reconocer las constelaciones por la posición de las estrellas. Un año, coincidiendo con mi cumpleaños, te pedí que me regalases una estrella. Y en vez de eso, pasados dos días, me trajiste un bote de cristal lleno de botones. Ahora, en mi habitación, tumbado en la cama, vuelvo a diferenciar la osa mayor de la osa menor.
lunes, 10 de octubre de 2005
El sabía que aún no era suficiente. Su último disco pretendía ser una completa anatomía de si mismo. Siete meses de retiro en la playa le había llevado el crearlo, pero incluso así sabía que todavía estaba incompleto, quería dar a los fans lo que estos esperaban. Debió ser por eso que en el último concierto de la gira, después del segundo bis, comenzara a sonar el lago de los cines por los altavoces. Y también debió ser por eso que, aún encima del escenario, sacara un revolver de su bolsillo y se disparara en la cabeza.
Corrió para alejarse del miedo. Corrió para sentir el aire en la cara. Corrió para despegar. Corrió para comprobar que nunca mas podría parar.
martes, 4 de octubre de 2005
Cuando llovía salíamos a jugar en los charcos. Hacíamos barcos de papel y esperábamos a ver cual era el primero en hundirse. Entonces un día desapareciste delante mía. Habías intentado recuperar tu barquita y al pisar el charco tu hundiste hasta quedar totalmente sumergida. Yo intenté agarrarte de la mano pero cuando llegué solamente podía ver la tierra a través del agua. Me senté en la acera a esperar, pensaba que en cualquier momento aparecerías y continuaríamos jugando. Esa misma tarde salió el sol. A eso de las siete y media el charco entero se había evaporado. Tu barco de papel seguía allí, arrugado y medio desecho aunque ahora seco. Cuando entré de nuevo en casa me quedé mirando por la ventana. Hay días que me levanto y me parece ver un charco de agua que llega hasta tu cama.
lunes, 3 de octubre de 2005
Nos perdimos en el bosque y decidimos seguir el sonido del río. Cuando nos dimos cuenta de que por ese modo nunca encontraríamos el camino, recurrimos a algo más simple. Enterramos nuestros zapatos y abriendo tu paraguas echamos a volar.
viernes, 30 de septiembre de 2005
Te miraba de reojo mientras comías palomitas bañadas en sangre, palomitas que dejaban en tu boca el rastro de quien devora compulsivamente. Ahora intentaré levantarme y pedir que paren la película, dirigirme a ti e invitarte a bailar. Y que suene un vals que te devuelva la vida.
miércoles, 28 de septiembre de 2005
* Por la noche, mientras dormías hablabas en sueños, y venías a meterte en mi cama diciéndome que tenías miedo.
* A lo lejos oigo un tren. Y se por su sonido que la gente del vagón sonríe.
* A lo lejos oigo un tren. Y se por su sonido que la gente del vagón sonríe.
Corríamos por la calle queriendo volar. Agitábamos nuestros brazos, imitábamos alas con cartones, saltábamos desde lo alto de los muros. Durante dos noches seguidas soñé que volaba de verdad, que tan solo con un pequeño salto flotaba en el cielo. Al día siguiente, mientras comenzabas a correr yo me tumbé en el césped y me quedé dormido.
sábado, 24 de septiembre de 2005
Todos los veranos esperábamos con impaciencia que montaran a las afueras del pueblo el cine de verano. En el campo de fútbol, que en ese tiempo perdía su uso, instalaban la pantalla, una barra a modo de bar y todas las sillas de plástico unidas por los reposabrazos formando las filas. Las sesiones eran dobles, y allí vi todas las películas del oeste que recuerdo haber visto nunca. Mamá siempre nos preparaba unos bocadillos que nos comíamos en el descanso y una chocolatina para el postre. Algunos días nos colábamos para repetir las películas pero sin pagar, y entonces las veíamos tumbados entre unos arbustos a la izquierda de la entrada. Lo malo era, que al ser descubierto, los días que llovía permanecía cerrado.
miércoles, 21 de septiembre de 2005
* Las canciones, teñidas de azul, resbalaron por tu vestido hasta quedar impresas en el suelo.
* Recuerdo al hombre que, sentado en frente del mar, me dijo que era capaz de nadar sin mirar ni una sola vez hacia atrás.
* Aceptaste acompañarme. Y durante el camino jugamos a coleccionar olores.
lunes, 19 de septiembre de 2005
Por la noche, al acostarnos, me levantaba de la cama y en silencio caminaba hasta la cocina. Allí, de uno de los armarios robaba unos granos de café que guardaba en el bolsillo del pantalón. De esa forma, en el colegio, los días que estaba triste metía las manos en los bolsillos. Y tras unos segundos acariciándolos con los dedos, podía recuperar el olor que me permitía encontrarme de nuevo en casa, en la cocina, sentado, mientras tú preparabas una jarra de café.
viernes, 16 de septiembre de 2005
Mientras miraba por la ranura que dejaba tu puerta, vigilaba que nadie viniese por el pasillo. Aquella noche me sorprendí al verte llorar. Metida en la cama, tenías los ojos empapados en lágrimas. Con un nudo en el estomago me fui a mi habitación. Justo cuando cerré la puerta detrás mía, oí uno de tus sollozos a través de la pared.
jueves, 15 de septiembre de 2005
Aquella playa era mi paraíso, mi propio escondite. Vestido con pantalón blanco y camiseta a rayas paseaba en busca de las huellas abandonadas el año pasado. Por el paso del tiempo, toda la arena se encontraba llena de objetos que había traído la marea. Llamó mi atención un zapato, un zapato rojo de tacón utilizado a modo de mensaje de auxilio. En su interior encontré un collar de botones y una bolsa con canicas. Tras observarlo detenidamente durante un largo rato me dirigí al espigón, y tras escribir un poema en una de mis sandalias la arrojé al mar.
domingo, 11 de septiembre de 2005
Desde la habitación se distinguía el viejo parque de atracciones. Por las noches, me parecía ver como la noria volvía a funcionar y cientos de personas montaban en sus cestas. Todos los días, cuando pasaba rodeando su recinto, miraba a través de la valla y soñaba con poder entrar en el. Al cabo de tres años lo arreglaron y abrieron de nuevo. Pasado un mes, un accidente y tres muertos obligó a cerrarlo definitivamente. Por las noches, la noria, recibía visitantes que nerviosos, montaban sonrientes.
jueves, 8 de septiembre de 2005
Desde que vi aquel fantasma en mi habitación, no he podido dormir con la persiana bajada, necesito poder despertarme en cualquier momento y ver toda mi habitación. Al principio, algunas noches, dejaba el flexo encendido hasta que tu, viendo que ya estaba dormido, me lo apagabas. Incluso cuando duermo fuera de casa, antes de apagar la luz, me fijo en donde esta el interruptor por si tengo que pulsarlo en mitad de la noche.
miércoles, 7 de septiembre de 2005
* Esta noche dormiré tumbado junto a la puerta, justo donde pueda sentir la corriente de aire.
* De vez en cuando, cuando siento un fuerte dolor de estómago, abro la ventana de mi habitación y grito.
* El único recuerdo que conservo de aquellos días es la canela debajo de las uñas.
* De vez en cuando, cuando siento un fuerte dolor de estómago, abro la ventana de mi habitación y grito.
* El único recuerdo que conservo de aquellos días es la canela debajo de las uñas.
martes, 6 de septiembre de 2005
Recuerdo la cama de matrimonio. Recuerdo la ventana abierta y el aire frío rozándome los pies. Recuerdo como me abrazabas por detrás y la silueta de la ventana abierta recortada en el cielo. Pasé noches enteras sin dormir con los ojos abiertos. Durante horas y horas observaba el cielo y me concentraba en su azul oscuro. De vez en cuando jugaba a seguir con mi dedo la sombra que los árboles prolongaban en el techo.
lunes, 5 de septiembre de 2005
Cuando sin previo aviso logro susurrarte poesías al oído, puedo notar como en la oscuridad bailas alrededor mío. A través de la ventana, las cortinas reclaman libertad, y yo, sentado en medio de la habitación, decido que si cierro los ojos y aspiro el suficiente aire podré escapar volando hasta donde quiera.
domingo, 4 de septiembre de 2005
He soñado con un niño. Iba vestido con un peto verde, botas de lluvia rojas y una camiseta a rayas blancas y negras. Había pintado una rayuela de tiza en el suelo y saltaba de un numero a otro sobre una sola pierna. Cada vez que se paraba, perdía el equilibrio y agitando los brazos se recuperaba. Después de un rato mirándole, me di cuenta de que simplemente saltaba sobre su reflejo en un charco. Se paraba en seco y me miraba. Llevaba también unas gafas de pasta negras y sonreía enseñando los dientes.
Cuando cumplí ocho años contrataste un payaso para mi fiesta. A pesar de todos los juegos que hacía, solamente recuerdo que llevaba dentadura postiza. Cada vez que se reía esta temblaba dentro de su boca. Al año siguiente, en la feria, le busqué en cada esquina del tren de la bruja.
Cuando éramos niños aprendimos a no llorar. Tu agarrabas mi mano y escapábamos al río. Allí me enseñaste a cubrir mi cuerpo de hojas, a dormir sumergido en el agua. Allí aprendí a sentir la tierra mojada bajo mis pies.
sábado, 3 de septiembre de 2005
Cuando sueño de vez en cuando incuyo música de fondo. No es fácil percibirla, realmente no se de su existencia hasta que despierto. Anoche te la intenté tararear para que soñases conmigo, pero de mis labios no fue capaz de salir ninguna melodía
He prendido fuego al piano para conseguir olvidar la muerte de mi padre. Acto seguido, un fuerte dolor de estomago y una fiebre muy alta me han obligado a acostarme. Al cabo de unas horas, al despertar, he descubierto como de las cenizas han nacido tres girasoles.
Pruebe Vd. a bailar en una habitación a oscuras. O a llegar, a través de la cornisa, a la habitación de al lado. Pruebe a desconectar el teléfono. O a tirarse a la piscina, para sentir el agua helada sobre la piel, y temblar, temblar hasta no ver nada.
Leopoldo María Panero.
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