viernes, 28 de septiembre de 2007

25 de Diciembre


En las fotos
de la cena de Navidad,
entre huevos rellenos,
platos de jamón,
paté y salmón,
destaca una cara
entre todas,
la de mi padre,
con 5 meses y medio
de enfermedad
a sus espaldas,
y en cambio,
40 kilos
menos de peso.
Fue una
de las pocas veces
que pudo cenar
algo sólido
y no basar su alimentación
en batidos especiales
con sabor
a plátano.

Lo que sorprende
al ver
el resto de las caras,
es que ninguna
muestra
el más mínimo
signo
de tristeza,
todo son risas,
felicidad,
como cualquier
otro año.

Porque
el regalo
que todos
recibimos ese año,
fuera de objetos materiales
y dinero,
fue
compartir esa cena
con él,
prepararla a su lado,
verle sonreír,
y por una vez,
ganarle la partida
a un cáncer de estómago,
aunque
solamente diez días
más tarde
nos demostrase
a lo que había venido.

miércoles, 26 de septiembre de 2007


Mira,
en Francia,
para tocar un instrumento
y jugar
se utiliza el mismo verbo.

Aquí,
en España,
sólo les está permitido
jugar a los niños,
y tú y yo,
si queremos jugar,
tenemos que quedarnos
en nuestra habitación.

miércoles, 19 de septiembre de 2007


Subo el borrador de un poema que escribí ayer en una cafetería mientras me tomaba una cerveza.



Te puedo contar las reglas,
los secretos,
qué hacer en cada momento.
Puedo no ocultarte nada,
dejar en tus manos todo
lo que con el tiempo
he aprendido.
Pero lo malo
es que, si lo hago,
si me decido a ello
y sales fuera a probarlo,
te darás cuenta, como yo,
que al final
todo es una gran mentira.
Y lo peor
es que, aún así,
ellos la creen
y la aceptan en sus vidas.

lunes, 10 de septiembre de 2007


Eran otros tiempos.

Mi padre nunca
estudió una carrera,
y aún así
fue director
de una gran compañía aérea
durante 29 años.

Vivió en Londres
y en París.

En el primero
trabajó en un hotel,
y cuando las del servicio de limpieza
estaban en las habitaciones,
él entraba
y cerraba la puerta
tras de si.

En París
pasó hambre,
mucha hambre,
con una onza de chocolate
al día
y un trozo de pan.
Ahí fue
donde se quedó calvo.

La dueña de un bar,
que era española,
le contrató unos días.

“Ayúdeme
o me muero de hambre”

Eran otros tiempos.

Ahora,
todo el mundo viaja
y aprende idiomas.
Y si entras en un bar
pidiendo ayuda,
probablemente acabes
en la calle,
muriéndote de hambre,
de frío,
y de soledad.

jueves, 6 de septiembre de 2007


Lo bueno de escribir
aquí, en casa,
es que ella me regala
su presencia,
su compañía.
Mientras yo
tecleo y bebo algo,
ella intenta cambiar
el poema
pasando por encima
del teclado,
o se tumba
encima de unos libros.
Es pequeña,
y cada dos por tres
tengo que parar
porque quiere
que la coja en brazos.

Se llama Norah,
tienes tres meses,
y la encontraron
en una autopista.