Por la noche, al acostarnos, me levantaba de la cama y en silencio caminaba hasta la cocina. Allí, de uno de los armarios robaba unos granos de café que guardaba en el bolsillo del pantalón. De esa forma, en el colegio, los días que estaba triste metía las manos en los bolsillos. Y tras unos segundos acariciándolos con los dedos, podía recuperar el olor que me permitía encontrarme de nuevo en casa, en la cocina, sentado, mientras tú preparabas una jarra de café.
lunes, 19 de septiembre de 2005
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