miércoles, 16 de mayo de 2007


Cada calle respira un aire diferente,
cada calle que puedo atravesar
y dejar la marca de mis manos
en sus paredes.

Dentro de una ciudad
que arde cada noche
y cada mañana empieza de cero.

Con todos sus habitantes
arrojando partituras por la ventana,
un sinfín de canciones
que nunca nadie llegará a aprender.

Volar alto permite verlo todo con más detalle,
marcar la X en el mapa
e izar las velas.

Y una nana que desafina en cada parpadeo,
y una montaña que se abre paso
en campos atestados de flores.

Así a veces se puede llegar a la locura,
a través de un espejo sin rencor,
que devuelve nuestra imagen
cronometrada con un reloj parado.

Y cientos de pájaros que dibujan
sonrisas sin dientes en el cielo,
levantando con sus aleteos
la falda de las chicas que se paran a observarlos.

Aún así me quedo aquí,
con una cerveza en una mesa de metal,
con una chica de grandes gafas en la mesa de enfrente,
sin saber ni que hora es,
sabiendo únicamente que me voy sintiendo
cada vez más vivo.

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