En la librería, comenté al librero que buscaba un libro que oliese bien. Este me llevó a un cuarto trasero provisto de innumerables estanterías. Me indicó una en especial de donde comencé a extraer volúmenes y a abrirlos para aspirar su perfume. Opté por un libro sobre trenes, una guía visual. Sus páginas conservaban un olor semejante al de la piel de las naranjas.
miércoles, 8 de febrero de 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Un libro no existe sólo para ser leído...
ResponderEliminarSir, me descubro ante ti...
ResponderEliminarese libro huele a pis y lo sabes
ResponderEliminarme gusta el olor característico de los libros usados, antiguos que han sido leídos y releídos.. de unas manos a otras.. algunos para perecer y otros en cambio para convertirse en obras de arte manteniéndose firmes aún con sus ropas raídas..
ResponderEliminar