Se necesitan muchos días sin oír al teléfono la voz de una persona para acostumbrarnos a su ausencia; se necesitan muchos días reprimiendo el impulso de llamarla para acostumbrarnos a que ya no contestará, se necesitan muchos días guardándonos comentarios que sólo a ella haríamos para acostumbrarnos a que en adelante será así, se necesitan muchos días preguntándonos qué diría de algo sobre lo que, sabemos, tendría una opinión más certera que la nuestra para acostumbrarnos a que a partir de ahora deberá bastarnos con nuestro criterio, se necesitan muchos días mirando sus fotos para acostumbrarnos a que son las fotos de un muerto, se necesitan muchos días contemplando lo que nos legó para acostumbrarnos a que ya no es suyo sino nuestro, se necesitan muchos días haciendo recuento de vivencias comunes para acostumbrarnos a que jamás se repetirán, a que sólo nos queda la memoria. Una memoria, además, que no permanece inalterada.
Marcos Giralt Torrente. Tiempo de vida. Anagrama. 2010.
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