Mi epifanía neoyorquina, mi revelación personal, ocurrió sin embargo en invierno. Salía del metro en la estación de la 157 con Broadway, ya había oscurecido y caía una nieve muy espesa. La zona, que de suyo es un guirigay de músicas latinas, bocinazos y gritos infantiles, estaba en silencio. Iba a la Hispanic Society, uno de mis lugares preferidos. Me quedé plantado en la acera, con nieve hasta los tobillos, y me sentí feliz de que aquella ciudad tremebunda, voraz e hiperactiva estuviera tan quieta y callada como yo, cubierta de blanco e inmóvil en un instante dulce. En ese momento decidí quedarme a vivir en Nueva York, para siempre, pasara lo que pasara.
Enric González. Historias de Nueva York. RBA, 2006.
el invierno siempre es la excusa perfecta para hacer las maletas...
ResponderEliminar(te lo dice una fugitiva empedernida)
salu2,
y tanto.
ResponderEliminarAdemás, NY parece tener más encanto en invierno.
Saludos.