No mucho después del funeral, cuando yo ya había vuelto a la escuela y los vecinos habían dejado de llamar y traer platos de comida -en otras palabras, cuando comenzaban de verdad la pena y el duelo-, me hizo sentarme a su lado y me dijo que a partir de ese momento tendríamos que ser más independientes, que ella no estaría en condiciones de cuidarme como hasta entonces. Acordamos que yo tenía un futuro pero que tendría que cuidar de mí mismo. Y, dentro de lo posible, haríamos bien en cuidarnos mutuamente. Ahora éramos socios, es lo que recuerdo que pensaba.
Richard Ford. Mi madre. Anagrama. 2010.
Traducción de Marco Aurelio Galmarini.