jueves, 29 de diciembre de 2011

Mi madre


No mucho después del funeral, cuando yo ya había vuelto a la escuela y los vecinos habían dejado de llamar y traer platos de comida -en otras palabras, cuando comenzaban de verdad la pena y el duelo-, me hizo sentarme a su lado y me dijo que a partir de ese momento tendríamos que ser más independientes, que ella no estaría en condiciones de cuidarme como hasta entonces. Acordamos que yo tenía un futuro pero que tendría que cuidar de mí mismo. Y, dentro de lo posible, haríamos bien en cuidarnos mutuamente. Ahora éramos socios, es lo que recuerdo que pensaba. 




Richard Ford. Mi madre. Anagrama. 2010.
Traducción de Marco Aurelio Galmarini.

Tiempo de vida. 2.


Se necesitan muchos días sin oír al teléfono la voz de una persona para acostumbrarnos a su ausencia; se necesitan muchos días reprimiendo el impulso de llamarla para acostumbrarnos a que ya no contestará, se necesitan muchos días guardándonos comentarios que sólo a ella haríamos para acostumbrarnos a que en adelante será así, se necesitan muchos días preguntándonos qué diría de algo sobre lo que, sabemos, tendría una opinión más certera que la nuestra para acostumbrarnos a que a partir de ahora deberá bastarnos con nuestro criterio, se necesitan muchos días mirando sus fotos para acostumbrarnos a que son las fotos de un muerto, se necesitan muchos días contemplando lo que nos legó para acostumbrarnos a que ya no es suyo sino nuestro, se necesitan muchos días haciendo recuento de vivencias comunes para acostumbrarnos a que jamás se repetirán, a que sólo nos queda la memoria. Una memoria, además, que no permanece inalterada.



Marcos Giralt Torrente. Tiempo de vida. Anagrama. 2010.


jueves, 22 de diciembre de 2011

Tiempo de vida


Había pensado en este libro antes de que fuera decoroso tomar notas para él. Durante meses, mientras mi padre se apagaba delante de mí, supe que escribiría de nosotros, y esta seguridad se convirtió en la mejor defensa contra la saturación de sentimientos en la que zozobraba. Me sentía aturdido, y convencerme de que en el futuro haría recuento me permitió posponer el momento de asimilar lo vivido. Recluirme en el presente, en el estupor, usarlo como barrera. Las cosas pasaban, pero no pasaban del todo. Les faltaba el calado que me negaba a considerar.




Marcos Giralt Torrente. Tiempo de vida. Anagrama, 2010.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Historias de Nueva York


Mi epifanía neoyorquina, mi revelación personal, ocurrió sin embargo en invierno. Salía del metro en la estación de la 157 con Broadway, ya había oscurecido y caía una nieve muy espesa. La zona, que de suyo es un guirigay de músicas latinas, bocinazos y gritos infantiles, estaba en silencio. Iba a la Hispanic Society, uno de mis lugares preferidos. Me quedé plantado en la acera, con nieve hasta los tobillos, y me sentí feliz de que aquella ciudad tremebunda, voraz e hiperactiva estuviera tan quieta y callada como yo, cubierta de blanco e inmóvil en un instante dulce. En ese momento decidí quedarme a vivir en Nueva York, para siempre, pasara lo que pasara.



Enric González. Historias de Nueva York. RBA, 2006.

Blue Horizon