sábado, 7 de julio de 2007


En el centro
de un gran salón
descansa un viejo sillón verde,

una lámpara
tiñe las paredes
de naranja

y una banda
toca una canción triste
a mi espalda.

En el centro
de un gran salón
una alfombra
se desangra,

y los cuadros
respiran despacio
para no perder la pintura.

Es el salón de una mansión,
de una cafetería,
o del último piso
del edificio donde vives.

Donde acaban
las personas
que no recuerdan
como regresar.

Donde nadie
habla
pero nadie
tiene secretos.

Y las horas
son montañas de arena
que lentamente
lo inundan todo.

Es un lugar
sin entradas ni salidas,
sin ventanas a la calle,
sin invitados
ni anfitriones.

Un lugar
al que muchos huyen,
y que otros tantos
nunca podrán conocer.

Y mientras tú lees este poema,
alguien, ahí fuera,
encuentra una puerta
que antes no había visto.

Donde la mirilla
es un espejo
que distorsiona los rostros.

De donde nunca,
cuando entras,
puedes ya escapar.

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