Estás a punto de decir adiós,
hacer las maletas
y tachar de la lista
todas tus camisas.
Estás a punto de escribir
esa nota que lo explica todo,
“No aguanto más, me voy”
Pero poco a poco,
sin darte cuenta,
alargas el final.
Aún conservas la esperanza
de que alguien aparezca
para frenarte,
alguien que te explique
por qué ahí fuera
aún sale el sol
cada mañana.
Y tus zapatos
avanzan más lentos
de lo habitual.
Y tus ojos
comienzan a teñirse
de lágrimas.
Hoy ha sido un día duro,
realmente
demasiado duro.
Pero todo acabará
en breves momentos.
Y cierras la puerta
detrás de ti,
y dejas las llaves en el buzón.
Esta noche espera
algún parque cercano,
algún cartón de vino.
Para mañana
empezar de cero,
con nada en los bolsillos,
con las manos llenas
de esperanza falsa.
Cuando te despiertes
y eches de menos
todo lo anterior.
Cuando a cada paso que des
dejes de sentir
la persona que eras.
Y olvidar,
gradualmente,
todo el daño acumulado.
Para de nuevo sonreír,
o al menos forzar la mueca.
Y entonces, un día de estos,
sentarte a escuchar la música.
Mientras a tu casa
nadie vuelve.
Mientras ella se fue
antes que tú.
Con todos tus libros,
con toda tu vida por delante.
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