Si piensas en un crucero no te viene a la cabeza cultura, cine o literatura. Sería más correcto decir que las imágenes que se forman en casi cualquier cabeza son mojitos, fiesta, sol, piscina y sombreros de paja. O algo parecido. Por eso, yo no habría llevado a Jab de crucero. No si pretendía que se convirtiese en el alma del barco, en el gran contador de chistes, en el tipo más moreno o el que más baila. Jab no es así. Y por eso este libro gana en cada página. Porque es su capacidad de observación la que le acompaña todo el tiempo. Esa que le permite criticar a los que sólo comen porque es gratis o al fulano que cuando habla se le olvida que hay más opciones que gritar. Pero no queda todo ahí. Este libro también va de amor y de familia, del mar y los barcos, de viajes, de disfrutar pequeños momentos y de compartir tantos otros, de vida. Y de libros, este libro también va de libros. Así que la mezcla provoca que durante más de 170 páginas te quedes enganchado a él. Así de simple.
Al salir del camarote y juntarme con el personal me dio un poco de vergüenza. Resaltaba, y a mí no me gusta resaltar. Se percibía que por allí deambulaba un tío distinto, uno que pasaba de protocolos y de hostias. Yo era el negro en una cena de blancos, el chino en un barrio de árabes, el raro, el diferente. Supuse que sería blanco de miradas y de apodos y que tal vez alguien me llamaría a mi El Friki en presencia de sus amigotes. Incluso los niños (y hasta los bebés) iban más arreglados y mejor vestidos que yo.
José Ángel Barrueco. Asco. Editorial Eutelequia. 2011.
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