MIMOS
Estaban en esa fase de la relación en la que empezaban a conocerse realmente. Ambos buscaban los límites, asimilando hasta dónde podían llegar. Estaban aprendiendo a respetar las costumbres y manías del otro, a organizar horarios comunes, a juntar dos vidas en una. Ya habían dejado atrás esa primera etapa en la que la pasión, el deseo y la curiosidad por el sexo eran lo primero. La fase en la que se encontraban no era tan emocionante pero sí más instructiva ya que sus verdaderas personalidades salían a la luz con sus juegos y conversaciones.
Todo era perfecto. La temperatura era la adecuada, la música suave y el café caliente. Era una de esas tardes de invierno en que no había nada que hacer salvo dejar pasar el tiempo. Ella estaba tumbada en el sofá escuchando música mientras que él leía un libro sentado el un sillón.
- Hazme mimos. - le pidió ella haciendo pucheros con la boca.
- Espera que termine de leer este capítulo. - le contestó él, sin levantar la vista del libro.
- (Con voz de niña pequeña que está a punto de llorar) Ya no me quieres...
- Sí te quiero.
- Mentira...
- Déjame terminar y te hago todos los mimos que quieras.
- ¡Ahora! - exigió, poniendo, de nuevo, voz de niña pequeña.
- (Con sarcasmo) ¿Te ha venido la regla?
- ¡Tonto! - replicó sin abandonar el papel de niña consentida.
- (Afirmando) Te ha venido.
- Jó, quiero mimos.
Él dejó el libro a un lado y decidió seguirle el juego.
- ¿Quieres mimitos?
- Sí… quiero cosquillitas en los pies.
Él cogió uno de sus pies y suavemente comenzó a masajearlo, ella se puso a ronronear como una gata. Todo seguía siendo perfecto. La tarde fue dando paso a la noche y mientras ellos se entretenían con sus mimos y carantoñas, afuera, en el cielo, las estrellas hacían nudismo.
Tomado de su blog, asperezas.
Todo era perfecto. La temperatura era la adecuada, la música suave y el café caliente. Era una de esas tardes de invierno en que no había nada que hacer salvo dejar pasar el tiempo. Ella estaba tumbada en el sofá escuchando música mientras que él leía un libro sentado el un sillón.
- Hazme mimos. - le pidió ella haciendo pucheros con la boca.
- Espera que termine de leer este capítulo. - le contestó él, sin levantar la vista del libro.
- (Con voz de niña pequeña que está a punto de llorar) Ya no me quieres...
- Sí te quiero.
- Mentira...
- Déjame terminar y te hago todos los mimos que quieras.
- ¡Ahora! - exigió, poniendo, de nuevo, voz de niña pequeña.
- (Con sarcasmo) ¿Te ha venido la regla?
- ¡Tonto! - replicó sin abandonar el papel de niña consentida.
- (Afirmando) Te ha venido.
- Jó, quiero mimos.
Él dejó el libro a un lado y decidió seguirle el juego.
- ¿Quieres mimitos?
- Sí… quiero cosquillitas en los pies.
Él cogió uno de sus pies y suavemente comenzó a masajearlo, ella se puso a ronronear como una gata. Todo seguía siendo perfecto. La tarde fue dando paso a la noche y mientras ellos se entretenían con sus mimos y carantoñas, afuera, en el cielo, las estrellas hacían nudismo.
Tomado de su blog, asperezas.
Gran pepe pereza, cómo transmite el tío...
ResponderEliminarTambién muy bueno el poema de Michael Madsen.
qué canijillo en la cabecera, qué majo.
A ver si nos vemos.
Abrazos
mola. Simplemente.
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