El día que le dijeron que le quedaban pocos meses de vida, mi abuelo no quiso volver a casa. Fue mi madre, su joven nuera, quien lo acompañó a la consulta aquel día. El abuelo escuchó con serenidad lo que contaba el médico. Lo escuchó todo sin decir palabra. A continuación, le dio la mano y se despidió educadamente.
Al salir de la consulta, mi madre no sabía qué decir. Después de un largo silencio, le preguntó al abuelo si se dirigían a la estación. Él respondió que no.
“No vamos a volver todavía. Pasaremos el día en Bilbao. Quiero enseñarte una cosa” le dijo, e intentó sonreír.
El abuelo llevó a mi madre al museo de Bellas Artes de Bilbao. Mi madre nunca olvidaría aquel día; cómo la misma tarde que le anunciaron que se iba a morir, el abuelo la llevó a un museo. Cómo trató, en vano, de que la belleza se mantuviera por encima de la muerte.
Cómo se esforzó para que mi madre guardara otro recuerdo de aquel día tan desgraciado. Mi madre siempre recordaría aquel gesto del abuelo.
Era la primera vez que entraba en un museo.
Es la segunda vez que leo Bilbao-New York-Bilbao en pocos meses. Un libro que me atrapó desde el principio. Un viaje a las raices, a la familia. Una novela de pequeñas y grandes historias. De las pocas veces que he deseado de verdad que un libro tuviese algunas páginas más.
Kirmen Uribe. Bilbao-New York-Bilbao. Seix Barral. 2009.
Un libro prodigioso, verdaderamente.
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