Venía del Louvre con una amiga, y nos paramos a mirar Notre-Dame, lejana, entre una bruma
azul. Entonces, en menos de un minuto, ocurrió el milagro, la locura absoluta.
Los faroles de gas se encendieron de golpe, y la piedra de los pretiles, yo no
sé por qué mezcla de aire y luz, se puso intensamente rosa. Nosotros la
mirábamos, mudos. Entonces vimos que la proa de la Cité y las torres lejanas
habían pasado instantáneamente a un violeta profundo, y a la vez el río estaba
verde, un verde lleno de oro. Yo cerré los ojos, desesperado al comprender que
eso no podía durar, que esa cosa veneciana iba a degradar instantáneamente, a
perderse… Pero duró, dos o tres minutos, el tiempo de ver subir las primeras
estrellas.
Julio Cortázar. Cartas a los Jonquières.
Alfaguara. 2010.
Cortázar, siempre certero y entrañable.
ResponderEliminarSaludos.